En Venezuela hace ya tiempo que
desapareció la Política. Me refiero a esa que se escribe con P mayúscula, que
nos permite a todos sentarnos a la mesa y, desde el respeto, resolver nuestras
diferencias de forma pacífica. Lo chabacano, lo cutre, lo que insulta y degrada
ha ocupado su lugar y se ha convertido en el modus operandi de un gobierno que actúa en sentido contrario al
humanismo que dice promover. Necesitaríamos cientos de páginas para listar el
montón de obscenidades que los venezolanos hemos tenido que escuchar en los
últimos quince años. Y en ese book de
la denigración veríamos que la homofobia ha tenido un papel tan destacado como
nunca antes en la historia democrática del país. Si para desacreditar al
adversario político hay que echar mano de la homofobia, pues bienvenida sea.
Un
hecho muy ilustrativo, por solo mencionar un ejemplo, tuvo lugar en enero de
este mismo año: el líder de la oposición, Henrique Capriles, increpó al presidente
Nicolás Maduro cuando éste regresaba al país tras varios días de viaje en el
extranjero. Lo hizo a través de un tuit, donde preguntaba
si la gira había solucionado los problemas de desabastecimiento que abruman al
país. ¿Trajeron leche? fue la pregunta final, y de ella se sirvió Maduro para hacer,
en un acto de masas, gala de su infinita capacidad para denigrar: “Pelucón lechero” le
llamó. Poco después le apodó “Vampiro Lácteo”, y el
mote sirvió para llenar la red de buena cantidad de insultos homófobos contra
Capriles en publicaciones
simpatizantes con el régimen chavista o, por ejemplo, a través del hashtag #VampiroLacteo.
Esto
coincidió con el primer aniversario de la presentación ante la Asamblea
Nacional (equivalente al Congreso de los Diputados de España) de un Proyecto de Ley de Matrimonio Civil Igualitario.
Fueron más de veinte mil firmas las que promovieron esta iniciativa
legislativa, que contó con el apoyo de distintas organizaciones –chavistas y no
chavistas- de derechos humanos. La Asamblea, sin embargo, lo ha ignorado y nada
hace pensar que, al menos en el corto plazo, la situación vaya a cambiar.
Lo
del matrimonio igualitario no es, en todo caso, el único asunto que preocupa,
ni el más urgente.En Venezuela, salvo algunas leyes que prohíben la
discriminación pero sin establecer mecanismos que permitan su aplicación real,
no existe un cuerpo normativo que dé igualdad de condiciones y proteja al
colectivo LGTB. La situación es de total vulnerabilidad: dos personas del mismo
sexo no pueden registrarse como pareja de hecho; un matrimonio homosexual
celebrado en el extranjero no es reconocido en Venezuela; es imposible
registrar a un hijo con dos padres o madres; la familia de un enfermo ingresado
en un hospital puede oponerse a las visitas y cuidados de su compañero
homosexual; heredar, o recibir pensiones de viudedad, son algo impensable; el
abuso de las autoridades militares y policiales contra los LGTB están a la
orden del día; numerosos crímenes de odio contra la población homosexual han
tenido lugar y, en la mayoría de los casos, han quedado impunes, tal como
revela el Informe
de Crímenes de Odio elaborado por Acción
Ciudadana contra el SIDA.Y es que Venezuela, la otrora vanguardia de las
libertades y la democracia en América Latina, se ha quedado a la cola de los
avances que otros países de la región vienen experimentando.
El
panorama puede parecer desolador y, de hecho, lo es para muchos venezolanos
para quienes la vida no es más que un oscuro y asfixiante armario. Sin embargo,
algunas lucecillas han comenzado, desde hace algunos años, a alumbrar el camino.
La cuestión LGTB ha ido poco a poco dejando de ser un asunto subterráneo: hoy es
parte de la agenda pública, y es previsible que con el tiempo ocupe un mayor
espacio en ella. Nuevas cosas, impensables hasta hace poco, están ocurriendo en
Venezuela:a diferencia del silencio cómplice del pasado, hoy se escuchan voces
que claman por los derechos de la población LGTB. Varias organizaciones
trabajan para que la dignidad y la igualdad avancen, y numerosos líderes tienen
toda la disposición para dar la batalla: la denuncia que la "Red
LGTBI de Venezuela" presentó el pasado 17 de marzo ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos,
que por primera vez en la historia dedicó una sesión especial, en
exclusiva, para tratar la situación del colectivo LGTB venezolano, es un buen
ejemplo de ello.En Caracas, desde 2001, se celebran marchas por la diversidad
sexual –Orgullo Gay, diríamos en España-,tan necesarias para la visibilidad del
colectivo. Se han organizado algunos festivales de cine sexo diverso, con gran
aceptación del público. Los partidos políticos empiezan a tener sus secciones
LGTB, y a dar voz a sus miembros. Algunos municipios han declarado el 17 de
mayo como “Día municipal contra la homofobia”. Y en alguna oportunidad los
transexuales –el grupo tradicionalmente más discriminado y denigrado-, con un
par de tacones, han salido a la calle a reivindicar sus derechos.
Para
quienes gustamos de eso que llaman participación ciudadana, el movimiento LGTB
venezolano es un ejemplo magnífico de cómo desde la sociedad civil se pueden
cambiar las cosas. Personalmente, creo que el camino a seguir está bien definido
y que todo es cuestión de tiempo.¿Cuánto? Es imposible predecirlo. Será
necesario un giro radical en la actitud del gobierno venezolano. O un cambio de
gobierno en el que opciones más gay
friendly se hagan cargo de la dirección del país. En todo caso, hay un
cambio en marcha del que tarde o temprano veremos sus frutos.
Moisés Martín
Voluntario GayInform, Línea Lesbos, Bi y Trans
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